El último lugar de mi vuelta al mundo, esa es la sencilla carta de presentación del desierto de Wadi Rum. Fueron sólo 24 horas, donde la naturaleza me volvió a demostrar que es más fuerte, cuanto más sencilla es. Su intensa arena roja no es más que la antesala de un espectáculo de formas y colores que provocan emociones indescriptibles, hay que conocerlo para sentirlo. Sin embargo, la grandeza de Wadi Rum no está sólo en eso, sino en las personas que te hacen sentir su vida como si fuera la tuya por unos momentos.
Llegamos a Wadi Rum desde Petra, tras madrugar para terminar de visitar nuestra última maravilla del mundo. Había completado el círculo, pero aún quedaba más, así que tras 3 horas de conducción, el paisaje cambió. Pasamos de un entorno de humildes casas y pueblos a la inmensidad, era un enorme espacio abierto con una sencilla carretera que se introducía lentamente en las profundidades del desierto rojo.
Wadi Rum fue el centro de operaciones de oficial del ejército británico T. E. Lawrence (Lawrence de Arabia), durante la Rebelión árabe de 1917-1918. Son muchas las referencias que hay a Lawrence en el desierto, desde un busto tallado en piedra, hasta una formación rocosa nombrada en su honor.
Tras 30 minutos de desvío encontramos el Centro de Visitantes, donde nos estaban esperando para llevarnos a nuestro campamento, donde pasaríamos un día entero en el desierto. Aparcamos nuestro utilitario y nos subimos a la pick-up para adentrarnos, de verdad, en Wadi Rum. Los primeros metros entre pistas de tierra fueron intensos, pero aún más cuando la pista desaparece y te encuentras rodeado de arena roja sin, aparentemente, ninguna dirección. En esos primeros minutos, comienzas a sentir la emoción de alojarte en un campamento beduino en mitad de la nada.
Y llegamos a nuestra tienda donde, con la habitual amabilidad jordana, nos estaban esperando con un delicioso té. Soltamos nuestras mochilas en nuestra tienda de campaña con el único mobiliario de 3 camas individuales, ya que el baño era compartido entre las otras 5 tiendas del campamento. Las otra estancia del campamento era la cocina, donde preparaban las deliciosas viandas que nos ofrecieron durante nuestra estancia.
Sin tiempo casi para asimilar el cambio de Petra por el Wadi Rum, conocimos a nuestros compañeros, queriendo el destino y la casualidad que fueran una pareja argentina, una pareja francesa y una chica española, Mireia, una de las personas más especiales (y encantadora) que encontré durante todo mi viaje. A eso sumamos a Salman, el jefe del campamento y sus dos ayudantes, de la tribu zalabia, los beduinos encargados de la gestión de actividades en la zona.
Mireia trabajaba en esos momentos en una ONG en Beirut, Libano, por lo que aprovechaba los fines de semana para hacer escapadas a sitios cercanos, así había acabado allí con nosotros. Actualmente, se ha cambiado de destino y reside en el Kurdistán iraquí.
Como decía, casi sin sentarnos y tomarnos el primer té nos propusieron un paseo en 4×4 por el desierto, evidentemente una oferta que no podíamos rechazar. Serían más de 2 horas de trayecto por los entresijos del desierto, haciendo paradas en los principales puntos de interés: los Siete Pilares de la Sabiduría, Siq um al tawaqi o el cañón Khaz’ali.
Describir esas dos horas de ruta por el Wadi Rum es difícil, porque fueron una aventura en sí misma, así que mejor acompañarlo con un vídeo que pueda reflejar parte de las emociones del momento.
Subimos dunas para contemplar la inmensidad, atravesamos cañones, nos deslizamos entre la arena, caminamos entre rocas, pero, sobre todo, sentimos, nos emocionamos, al tener el aire cálido del desierto rozando tu cara, al no poder abarcar con tu mirada, casi ni con todos tus sentidos todo lo que te rodeaba, que era mucho y grandioso.
De nuevo, quizás algunas imágenes ayuden a entender mejor cómo fueron esos minutos.
Y aún quedaban los mejores momentos, cuando aparecieron las personas. Sigo emocionándome al recordarlo, más aún cuando veo las fotos y veo aquellas personas en mitad de la nada, con la mirada perdida. Esos camellos corriendo entre la arena, esos niños correteando detrás. Además al más puro estilo jordano, te ofrecían paseos, pero si lo declinabas, te devolvían una sonrisa.
Su humilde mundo es grandioso para nosotros.
Llegamos a la última parte de la ruta, paseando entre cañones, inscripciones y contemplando el busto de Lawrence de Arabia. Allí hicimos una parada para degustar dos vasitos de un delicioso té jordano, rojo e intenso como el desierto.
Regresamos a toda velocidad, deslizando el 4×4 por la arena roja del Wadi Rum para contemplar el atardecer. El Sol se escondía en el horizonte, mientras que el viento dejaba de ser cálido para volverse fresco, comenzaba a caer la noche en nuestro campamento.
No fue un atardecer inolvidable por las imágenes que pudimos ver, pero sí lo fue por las sensaciones que lo acompañaban.
El silencio era el único acompañante del entorno y cada uno de los 3 del grupo estoy seguro que tuvimos diferentes sensaciones. En mi caso, fueron de tristeza porque era el último atardecer de la vuelta al mundo, la antesala de la vuelta a casa, miles de escenas pasaron por mi mente en esos momentos, pero pronto la felicidad superó a la tristeza por sentirme tan afortunado por estar allí, con ellos, en ese momento.
Mientras que atardecía, la actividad en nuestro campamento era intensa con la preparación de la cena beduina, compuesta de un arroz con pollo y unas verduras, más el acompañamiento de un delicioso pan. Una vez más, la grandeza de las pequeñas cosas.
Entre conversaciones de viaje y cultura árabe la noche se apoderaba del campamento y tan sólo unas velas y las brasas del fuego se quedaban de acompañante. Era momento de proyectar la película del desierto: una noche de estrellas como pocas he visto, quizás tan sólo al alcance de Cabo Polonio.
Poco a poco se fueron retirando todos a dormir, había sido un largo día de aventuras por Jordania. Nos quedamos los más jóvenes, Mireia y yo, arreglando el mundo un par de veces como me gusta decir. Viajamos entre aventuras por los 5 continentes y ella volvió a mostrarse como esa persona tan interesante que parecía en un principio. Con todo el campamento apagado, nos separamos unos metros de las tiendas y nos sentamos en la inmensidad del desierto a contemplar ese espectáculo de estrellas que ofrece Wadi Rum al no tener apenas contaminación lumínica alguna. Allí contemplando hacia el cielo en blanco y negro pasamos varios minutos en silencio hasta que decidimos irnos a dormir. El broche perfecto a un fantástico día en Wadi Rum.
A la mañana siguiente, amanecimos bien temprano, desayunamos, nos despedimos de todos, agradecimos a Salman el excelente trato y pusimos rumbo a Aqaba para cerrar nuestra estancia en Jordania, pero esa es otra historia…
Mireia nos emplazó a vernos en Beirut, pero pronto se cambió de destino, aunque sigo en contacto con ella conociendo su intensa vida por el mundo.
Datos de interés
Alojamiento: Salman Zwaidh Camp.
Tlf.: (+962) 799603157 / (+962) 777321069
Centro de visitantes. (http://wadirum.jo/things-to-see-and-do/visitor-centre/)
Entrada: 5 JOD para visitantes extranjeros. Menores de 12 años, gratis.
Que pasada de desierto, además conociendo a españoles por el camino, para que luego digan que no viajamos!
Eso fue una bonita casualidad, Mario. El desierto por sí solo ya tiene muchos componentes emotivos y el broche fue conocer a alguien tan especial.
Gracias por comentar. Saludos!
Estoy apasionado leyendo y viviendo tu viaje. Me apasiona todo lo referente al lejano oriento la belleza y misterio de sus costumbres, monumentos y paisajes. Siento una sana envidia de tu viaje. Me alegra haber descubierto en internet tus experiencias.
Gracias Eduardo
Muchas gracias, Eduardo. Es un placer leer comentarios como los tuyos. Espero que las nuevas historias te resulten igual de apasionante.
Saludos,
Alejo