Una ciudad en Argentina, otra en Uruguay. Una en plena patagonia argentina, Ushuaia, con frío y nieve; la otra, Cabo Polonio, en la costa atlántica con calor, sol y playas. El fin del mundo de dos formas diferentes, cada una con su encanto y sus peculiaridades, pero conectadas por un faro y la misma sensación: son lugares especiales, con una alta carga emotiva, a los que toda persona debería ir al menos una vez en la vida.
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Ushuaia, el fin del mundo «real»
Así se define Ushuaia, el punto de encuentro de muchos viajeros que recorren Sudamérica, esa meta virtual. La ciudad a la que debemos llegar para completar un viaje por la Patagonia, sea chilena, argentina o complementando ambas. El fin de la carretera panamericana, casi 26000 kms., que comienzan en Alaska.
No me fue fácil llegar desde Punta Arenas por una huelga en la frontera argentina. Eso sí, el trayecto es sencillo, pero muy largo, casi 15 horas combinando 2 autobuses y un ferry, más las dos fronteras. Esto le dio un componente aún más emotivo a mi llegada a Ushuaia
Y la ciudad está a la altura de lo que podríamos esperar, perdida al final del mapa de América, aunque gracias al turismo se ha convertido en un referente en los duty free, por sus paseos en barco o por su fantástica estación de esquí, la más austral del mundo.
Sin duda, la excursión-navegación por el Canal de Beagle es imprescindible, ya que os ayudará a entender y ver mejor su ubicación entre cordilleras. Ver la salida del barco dejando Ushuaia atrás es increíble. Durante la travesía verás leones marinos, cormoranes y aprenderás sobre naturaleza, además de ver el mal llamado faro del fin del mundo, ya que el verdadero se sitúa en el Cabo de Hornos.
La oferta para navegar es muy amplia, desde catamaranes hasta barco más pequeños; mucho había leído al respecto, así que esperé a tomar la decisión allí mismo. Finalmente y con la ayuda de Carolina, mi estupenda compañera argentina todo ese día y que conocí allí mismo, nos decantamos por las 3 Marías. El resultado fue muy satisfactorio, un recorrido completo, instructivo e histórico. Lo recomiendo, aunque el precio sea algo más elevado que el resto, pero no es igual ir 10 que 100.
Sin embargo, el lugar que me ayudó a entender la historia de Ushuaia fue su museo marítimo y del presidio, situado en la antigua cárcel de la ciudad. Un edificio escalofriante, que mantiene la estructura, las celdas, pasillos e incluso uno de los módulos permanece intacto, generando una sensación diferente en cada visitante. Eso significaba la cárcel de Ushuaia, enviarte a un lugar frío, desolado, la peor cárcel de Sudamérica, al fin del mundo.
Las visitas guiadas por el mismo precio de la entrada son todos los días a las 17:00 y te enseñan las peculiaridades del presidio durante una apasionante hora, con historias de presos y visitando una reconstrucción a escala del famoso faro del fin del mundo.
Cabo Polonio, el fin del mundo de las sensaciones
Ver en soledad un increíble atardecer en una playa rodeada de dunas o una noche de estrellas pintadas en el cielo con sólo el brillo de un faro, ésa puede ser una buena carta de presentación para Cabo Polonio.
Los 12 segundos que tarda el faro en dar una vuelta completa tienen su reflejo musical en una canción, 12 segundos de oscuridad, de Jorge Drexler, del que se dice que tiene casa allí. No me extraña.
Un lugar único, de los que quedan poquitos, sobre todo en temporada baja, porque al parecer en temporada alta se convierte en el fin del mundo de todas las cientos de personas que lo invaden y restan todo el encanto al lugar.
Así que la mejor época para ir es el incio de las primavera, evitando entre Noviembre y Enero. En mi caso, estuve a primeros de Octubre y apenas estábamos 10 turistas en todo el pueblo, un lujazo.
Para entender mejor cómo es Cabo Polonio, nada mejor que de la mano de unos de sus grandes valedores y la persona que me lo recomendó, mi amigo Antonio Quinzán.
Las sensaciones que te genera Cabo Polonio son contradictorias, pero únicas. Para empezar no se puede llegar en otro transporte que no sea los camiones oficiales del parque, ya que Cabo Polonio está protegido. Pasarás por dunas, playas y callecitas de arena en menos de 20 minutos de trayecto.
Tras llegar e instalarme en mi humilde hostel, me marché a recorrer el pueblo y esperar el atardecer. Básicamente, tiene 2 playas, la norte y la sur; un bonito faro, al que se puede subir; una colonia de leones marinos y poco más aparte de algún restaurante, un par de bares y un pequeño supermercado. Ese es el encanto, que no hay más, sino tú y la soledad de pasear por un lugar que parece un desierto, pero es un cabo; un lugar que parece abandonado, pero tiene vida; por un sitio que es un referente de la cultura hippie, pero es adaptable a cualquier persona; un lugar que no tiene luz eléctrica por la noche, pero a cambio te ofrece una noche estrellada única.
Cabo Polonio es un punto y aparte en lo que conoces, en tus sensaciones, en tu viaje. Puede suponer un remanso de paz o una fuente de inspiración; sin duda, no apto para todos los públicos, pero si recomendado para aquellos que sueñen con un fin del mundo junto al mar y atardeceres o amaneceres de película.
La conclusión
Buscar el fin del mundo es uno de los retos que todo viajero se plantea alguna vez en su vida. Una lucha de emociones constante, un sueño cumplido cuando llegué a Ushuaia, el fin del mundo real y una nueva sensación al llegar a Cabo Polonio, el fin del mundo sentimental.
El viaje continúa y no descarto volver a encontrar otro fin del mundo, pero esta vez tendrá que ser más inesperado, más sorprendente, porque los que ya he conocido han dejado el listón muy alto y, lo que es mejor, de forma diferente, contrapuesta.