Amanece nublado en Río de Janeiro, pero eso no es noticia en una ciudad que vive rodeada de una permanente neblina y una espesa contaminación, que convierten los días en una lotería imprevisible de visibilidad desde sus puntos más altos: Pan de Azúcar y nuestro destino de hoy, la maravilla del Cristo Redentor.
Tomamos un bus desde nuestra casa en el barrio de Lapa y en unos 45 minutos, recorriendo diferentes paisajes de Río, llegamos a la zona de Cosme Velho. Aquí se ubica la estación desde donde sale el tren (del Corcovado) que te lleva hasta la base del Cristo Redentor, situado en el Parque Nacional de Tijuca.
En esta ocasión, al ser mediados de Octubre no hay demasiada gente y apenas tenemos que esperar 10 minutos para obtener nuestro boleto (*), sin embargo nos encontramos con dos sopresas inesperadas. La primera es que nuestro tren no sale hasta dentro de 90 minutos (tan sólo hay 2 trenes que hacen el recorrido y cada uno está compuesto de sólo 2 vagones), la otra sorpresa, es peor aún, nos indican que no hay visibilidad. Es decisión nuestra si subir o no, pero ellos no se responsabilizan si no llegas a ver nada.
Asumimos el riesgo y nos estampan el sello de «No visibilidad» en la entrada, ya estamos expuestos a los caprichos del clima.
(*) Tenemos otras opciones para subir en caso de encontrar mucha gente, pero el encanto que tiene el tren no lo da la furgoneta o el taxi, eso seguro, aunque el entorno del parque nacional bien merece la visita.
Mientras que llega nuestro horario, damos un paseo por la zona y notamos el alto nivel adquisitivo del barrio. Se puede apreciar tanto en viviendas como en colegios de alto standing. El resto del tiempo lo dedicamos a pasear por los alrededores y fotografiar el interior de la estación, que dispone de una zona de descanso con imágenes del Cristo, el antiguo tren, una cafetería y algunos bancos para sentarse. Son ya 83 años los que tiene la maravilla de Río de Janeiro.
Y llega nuestro turno, nos acomodamos en el tren y comienza el ascenso. La subida es bonita y más que un tren al uso, es una mezcla entre funicular y tren cremallera de poca pendiente. Tiene mucho encanto. Va realizando diferentes paradas y el entorno que lo rodea es pura naturaleza. Se comienza a ver Río desde las alturas, pero la previsión no es nada halagüeña, se aprecia una densa nubosidad. A mitad del recorrido, mi concentración se ve alterada por una parada especial, un grupo de Samba entra en el tren y comienzan a interpretar un par de canciones. La gente se anima, le gusta, para mi gusto demasiado artificial y mecánico, demasiado turístico.
A los 30 minutos de subida llegamos a la última parada, el Cristo Redentor, la maravilla 16 de 21W está a escasos metros. Noto la emoción del momento, pero a la vez voy con cierta desconfianza, porque tiene pinta de cumplirse las previsiones de «no hay visibilidad». Caminamos unos 5 minutos, enfilamos el último tramo de escaleras y allí aparece, majestuoso e imponente el Cristo Redentor, pero hay un pequeño problema, apenas se ve, sólo se atisba la enorme figura.
La cantidad de personas que hay en la plataforma es elevada, es complicado hasta encontrar un hueco para esperar a que las nubes den una tregua.
Hay que reconocer que la maravilla de Brasil, impresiona y mucho. Las vistas, cuando las nubes nos lo permitieron, son increíbles, para mí gusto mejores que las del Pan de Azúcar.
Desde el mirador del Cristo obtienes una visión más global de la ciudad, pudiendo apreciar todos los puntos de interés: el estadio de Maracaná, las favelas, las playas de Copacabana, Botafogo, Ipanema, Leblón, la catedral metropolitana, incluso permite que tu vista se pierda entre la peculiar configuración de una ciudad que provoca un curioso magnetismo.
Confirmada la no visibilidad anunciada 2 horas antes, sólo quedaba aplicar la máxima en estos casos: paciencia, mucha paciencia. Y tras unos minutos, el viento fue moviendo las nubes y permitió algunos momentos de visión de la enorme estatua de 38 metros, así como contemplar las magníficas vistas de Río.
Fue divertido, porque cada vez que se despejaba, sonaba un enorme estruendo en la gente como si se hubiese marcado un gol. En ese momento todas las cámaras y móviles echaban humo, aparecían los empujones para buscar la foto perfecta, pero tan sólo duraba unos segundos, luego la nubosidad volvía a apoderarse del momento.
Mientras que esperábamos el momento de mejor visibilidad, recorrimos circularmente la maravilla e incluso entramos a la humilde capilla que está en su parte trasera. Sin duda, esta fue la gran decepción del lugar, no encajaba la decoración y cuadros de la capilla con la estatua.
Tras varios minutos las nubes volvieron a ser benevolentes y nos dejaron ver el Cristo Redentor y su magnificiencia, con esos enormes brazos abiertos que te acogen. Esperaba menos del lugar y, sin duda, me sorprendió y volvería a visitarlo otra vez.
Más allá del significado religioso, como monumento es una maravilla, no creo que para estar entre las 7 ganadoras, pero de largo para estar entre las 21.
Realizamos las últimas fotos y decidimos que no tendríamos muchas más oportunidades de verlo vista la nubosidad tan densa instalada en el Corcovado. Con algo de tristeza, dejamos la maravilla y volvimos a tomar el bondinho, se volvieron a subir los chicos de la samba y llegamos a la estación. Confiaba en tener más suerte con el clima, pero caprichos como los de Machu Picchu no suceden todos los días. Eso sí, muchas fotos para el recuerdo de un día en el Cristo Redentor y una nueva maravilla en la lista de 21 Wonders y ya van 16…
Cabe destacar que la visita la realicé acompañada de Olga, mi fantástica compañera de viaje en Brasil y que tuvo infinita paciencia ese día con el tiempo dedicado a la maravilla y mis cientos de fotos.