Lugares donde sientes que el tiempo es intrascendente, donde el ritmo de las cosas y las personas es otro, donde hasta los insectos vuelan más despacio y la brisa del mar te avisa antes del atardecer, así es Coromandel, una coqueta península sita en el costa este de la isla norte de Nueva Zelanda.
Un sitio perfecto para retirarte, para dejar pasar las horas, para pensar, para pasear, para meditar, para perderte sin rumbo, para navegar por kayak por sus tranquilas aguas, para bucear entre rocas o simplemente para pararte a leer un buen libro a la sombra de uno de sus árboles; sin embargo, Coromandel, es mucho más que una tranquila península, esconde tesoros naturales únicos como es una playa de agua caliente, Hot Water beach, o un escenario rocoso de película como es Cathedral Cove.
Pasamos 4 días allí, aislados del mundo sin Wifi, y sentí que mi mente empezó a funcionar a la velocidad Coromandel, mucho más despacio. Nuestras máximas preocupaciones era buscar algo de pan o de beber en algún supermercado ecológico o en un camping cercano, no había mucho más, ni falta que hacía.
Pensamos en pasar nuestros últimos días en NZ allí por una recomendación de un amigo local (gracias, Will) y el resultado no pudo ser mejor, más aún cuando encontramos una casa que fue perfecta para nosotros. Podíamos ver el atardecer desde nuestro porche, hacer una barbacoa o comer y desayunar plácidamente en nuestra terraza. Y la ubicación no podía ser mejor, entre las bahías de Amodeo y Waitete, una parte aún más tranquila de Coromandel, con la playa a 10 minutos caminando, una delicia de lugar y sus anfitriones una maravilla.
Las comidas de esos días merecen un capítulo especial, con inolvidables tortilla de patatas, algún campero malagueño, una barbacoa de verduras y pollo e incluso una de mis especialidades: espaguetis carbonara.
Luego, largas sobremesas aderazadas con té e incluso regamos las comidas con alguna cerveza local.
No sabíamos ni siquiera la hora que era en ningún momento, más allá de levantarnos, comer y salir cuando nos apetecía.
Recuerdo Coromandel como la guinda perfecta para ese pastel tan delicioso que fue Nueva Zelanda, un lugar donde sientes de verdad todo lo que te cuentan sobre el país. Una vida tranquila, sin preocupaciones, de hecho es el refugio natural de los residentes en Auckland, la gran ciudad del país y a sólo 2 horas en coche.
Fue en Coromandel donde encontramos las señales de cuidado con los Kiwis en la carretera y la famosa de no mezclar Kiwis con perros.
El refugio de los pensadores.
Si volviera a la península, lo haría con una caja llena de libros, muchos folios, algún lapicero y algo de música. No haría falta más, quizás buenos alimentos.
Me pasaría el día paseando, pensando, leyendo y, seguramente, encontrando la inspiración para poder escribir un libro. Es un lugar perfecto para refugiarte del mundo y desconectar de todo, un escenario perfecto para encontrar tu sitio, ver largos atardeceres o simplemente caminar sin rumbo hasta encontrar la siguiente playa.
Hay veces que los lugares no merecen mil explicaciones más, sino simplemente verlo por uno mismo e intentar sentir que ese era el lugar que habíamos imaginado para retirarnos.
La península de Coromandel está, literalmente, en el fin del mundo, pero es de esos lugares donde pasarías el resto de vida sin preocupaciones, más allá de saber las horas del amanecer, del atardecer o de las mareas; el resto, sería intrascendente y eso, amigos, vale mucho, tanto que es infinito su valor.
Wow!! Tremendo el lugar, lo añado a la lista de pendientes.
Por poner un pero, la tortilla un poco más cuajada estaría mejor para mi gusto.
Sigue disfrutando Alejo! =D
Pablo, te aseguro que la tortilla estaba de muerte 🙂 quizás la «cosa» que más echo de menos de España.
Y de Coromandel, que decir más, que hay que visitarlo. Es un «must» en Nueva Zelanda.
Un abrazo!