Un día que comienza espléndido y soleado en la fábrica de Swarovsky, transcurre entre pueblos idílicos de Austria, continúa entre carreteras nevadas de escasa visibilidad, casi termina perdidos en un pueblo de lujo y concluye subido a un trineo a las 23:00 en una estación de esquí de los Alpes austríacos, sólo se puede catalogar de una forma: único e inolvidable.
Realmente nunca imaginamos terminar así el día, pero es que era imposible… por la sencilla razón de que desconocíamos que eran posibles muchas de las actividades del día, sobre todo montar en trineo de noche y menos aún tras una subida de 1 hora caminando montaña arriba… pero toda historia tiene un principio, así que vayamos a por él.
Amanecimos a media mañana un 30 de diciembre de 2012, motivado por los efectos de una larga noche anterior en un antro de cuyo nombre no quiero acordarme (sí lo hago, pero no le haré publicidad), que nos recibía en nuestra primera noche en Innsbruck a ritmo de música Tecno-Trance. El bar/pub/agujero estaba casi lleno y se hacía difícil soportar esa música si no ibas medio drogado, como bien demostraban muchos de los allí presentes.
Sin embargo, fiel a nuestro estilo, sólo tardamos unos 90 minutos en hacernos con las riendas del local. Alrededor de las 3:00 am nos sentimos como en casa y no hicimos más que disfrutar hasta echar el cierre sobre las 5:00, no sin antes tener un regreso muy divertido de camino a casa, interponiéndose entre nosotros tanto una valla como un Papa Noel, pero supimos superar las dificultades y regresar a casa sanos, salvos y con regalos.
Explicados los motivos de no haber madrugado más, fuimos despertados a golpe de campana tibetana para comenzar el día desayunando (en casa) “Porridge“, desayuno típico austríaco a base de avena, leche, frutos secos, miel y mucha imaginación. Dicen que pensado para montañeros, a nosotros nos pareció diseñado para albañiles, por la capacidad que tenía de pegarse como cemento a tu estómago.
Bien alimentados, aseados y vestidos, era momento de salir en dirección a Wattens, donde a apenas 2 Km. se situaba nuestro primer destino del día: la fábrica de Swarovsky. La visita al templo del cristal es una clásica e imprescindible parada en todo recorrido por el Tirol austríaco y deparó algunas anécdotas que cabe destacar.
La principal, es una españolada: si queréis comprar algo, no hace falta pagar la entrada, podéis entrar por la puerta de salida de la tienda, situada al final del recorrido… así lo hicimos nosotros. Sin embargo, sólo tiene un detalle a saber, si finalmente compráis algo os pedirán el ticket de entrada (que no tendréis). Queda en la capacidad de cada uno saber salir de ésa… nosotros dijimos la verdad y no tuvimos problema alguno, pero no es consejo, es experiencia.
La segunda anécdota se produjo en los baños, donde no desvelaré nada, pero si diré que son dignos de entrar a ver, sobre todo el lavabo…
La siguiente parada del día sería en Kufstein, un coqueto pueblo, que nos recibía en plenas fiestas locales. Allí estaban esperándonos los dos últimos pasajeros que nos acompañarían el resto del día. Nada más encontrarlos, decidimos que antes de pasear por sus bonitas calles, era un buen momento para comer y elegimos un sitio de menú clásico: buffet de ensalada + schnitzel con patatas.
Llegaba el momento de pasear por las empedradas y empinadas calles de Kufstein, con la mala suerte de encontrar su espléndido castillo cerrado. Aún así, nos quedamos unos minutos contemplándolo, merece la pena. Seguimos caminando hasta llegar al río, un lugar donde parece que el tiempo se ha detenido y paseando por la ribera comenzó a llegar la hora azul, así que las cámaras empezaron a funcionar a máximo rendimiento, incluso fuimos capaces de sacar la única foto de todo el grupo juntos.
El siguiente destino sería Kitzbuhel, donde pensábamos que podríamos montar en trineo de noche, sin embargo las expectativas se fueron diluyendo poco a poco, pero debíamos intentarlo, así que cogimos el coche en esa dirección. El trayecto de Kufstein hacia Kitzbuhel fue de 1 hora por una carretera secundaria de doble sentido, donde no sé si la nieve, la niebla o las curvas hicieron que pareciese que conducíamos durante varias horas… hubo momentos de especial tensión, porque apenas se podía ver un par de metros delante nuestra, las luces antiniebla hacían su trabajo, pero no era suficiente, era un escena de película de suspense.
Finalmente, pudimos llegar a Kitzbuhel, aparcando en la estación de trenes del pueblo. Ahí vimos a varias personas ataviadas con ropa de esquí e hicimos las preguntas pertinentes: ¿dónde se puede montar en trineo por la noche? Las respuestas no terminaban de convencernos, la posibilidad parecía que se diluía con el paso del tiempo y el avance de la noche. Eran ya las 19:00.
Sin embargo, siempre puede parecer campanilla para cumplir tu deseo y así fue. Durante la visita a Kitzbuhel recibimos su llamada, diciendo que nos llevaría a montar en trineo esa noche. Nos dimos de margen 1 hora, tiempo suficiente para conocer Kitzbuhel, donde destacamos su impresionante cementerio situado alrededor de su iglesia y sus preciosas calles, invadidas por el lujo que se respira. Es un pueblo situado a los pies de los Alpes y el lugar hay que pagarlo, todo es de lujo hasta los supermercados que tienen en el escaparate champán de 200€. Ya en temas de vestimenta, la cosa se disparaba: zapatos de piel de cocodrilo, tacones infinitos, diamantes, etc.
Uno de los momentos del día vino cuando no supimos volver hasta el coche, para que íbamos a deshacer el camino de día, para que… así que intentando buscar un atajo, nos perdimos, no una vez, sino dos. Ya no quedó otra que preguntar, de esa forma pudimos regresar hasta la estación, pero por otro camino sacado de algún videojuego de la II G.M.
Y al llegar al coche, allí estaba esperándonos campanilla, en forma de una rubia austríaca, guapa, simpática y que hasta hablaba perfectamente castellano, poco más se le podía pedir, bueno que nos llevara hasta los trineos. Y así fue. No sólo eso, sino que además aportó 1 trineo, nos dio mil y un consejos, más las horas de paciencia que invirtió en nosotros. El gran momento del día se acercaba… sólo tuvimos que conducir algunos kilómetros siguiendo a campanilla.
Tras 10 minutos, empezamos a vislumbrar una estación de esquí que estaba a pleno rendimiento. Eran las 20:30 y el lugar, Kirchberg. Aparcamos los coches, hicimos algunos cambios de ropa (de botas principalmente) y nos dirigimos hacia la entrada. El puesto de alquiler de trineos estaba abierto. ¡¡Podríamos alquilarlos (apenas 3€) y montar en trineo de noche!!
Ya con los trineos, era momento de hacer alguna prueba en una bajada que había allí. Era la parte final del recorrido, porque todo lo bueno se hace esperar y el trayecto con el trineo es de más de ¡¡5 minutos!! Jamás pensé que eso fuera posible, pero claro para conseguir tantos metros de bajada, necesitas subir hasta lo alto de la montaña.
Con campanilla como guía nos encaminamos hacia la otra parte de la estación donde estaba el final de una competición de eslalon de esquí que se celebraba en Kirchberg en esos días. Había mucho ambiente, pero nosotros nos dirigíamos hacia la parte alta de la estación, donde llegaba el telesilla… se veía una tenue luz roja que indicaba el destino final y el comienzo de nuestra bajada en trineo. El trayecto de subida por una sinuosa carretera duró más de 1 hora, donde más de un@ pensó en arrojar la toalla, primero por su escala ilusión en el trineo y segundo por la dureza de la subida. Sin embargo, el esfuerzo tuvo una gran recompensa y la escasa ilusión tornó en una diversión sin límites.
Nuestra llegada al inicio de la bajada de trineos, donde la luz roja se convirtió en un animado bar, coincidió con el final de la competición de esquí y fuimos recibidos con unos espectaculares fuegos artificiales. Hicimos una parada técnica de 10 minutos en el bar, donde la tradición dice que debes tomar varios chupitos antes de bajar en el trineo, pero la incumplimos, nos contentamos con unas cervezas.
Llegaba el momento de comenzar la bajada en trineo. Recibimos los últimos consejos de campanilla, resumido en uno principal: en caso de peligro, tirarse del trineo. Cabe destacar que teníamos trineos individuales y de pareja, por lo que los que iban dos tenían que sincronizarse, sobre todo en curvas y bajadas.
Deseándonos suerte y quedando abajo, empezamos a lanzarnos, uno tras otro. El que relata estas líneas disfrutó de trineo de pareja, lanzándonos en última posición, habiendo visto cómo eran los inicios… una ligera pendiente de bajada, curva a izquierda, descansillo y curva de 120º a la derecha. Un inicio ambicioso, pero que todos superaron sin incidentes. Era nuestro momento.
Nos subimos al trineo, levantamos los pies y aquello empezó a deslizar por la nieve, que sensación de libertad… superamos sin dificultad la primera curva, el descansillo, pero nos animamos y la curva de 120º la cogimos a más velocidad, empezaba la verdadera diversión. Como todavía no estábamos muy sincronizados, empezamos a ver de cerca otro trineo, sí era de nuestro grupo, sí íbamos a por él, pero teníamos la curva, intentamos reducir la velocidad, pero sucedió lo inevitable, la adelantamos, chocamos, nos caímos, nos reímos, nos levantamos y nos miramos pensando la que habíamos liado, aunque con una sensación risueña, estábamos todos bien y queríamos más. Mucho más.
Unos metros más adelante, nos reagrupamos y campanilla nos volvió a dar más consejos. Llegaba una de las grandes curvas del recorrido, a izquierda y casi de 180º, todo un reto que afrontamos de uno en uno, con suerte dispersa, desde caídas hasta éxito total, como fue nuestro caso, donde empezamos a sincronizarnos y, sobre todo, a divertirnos más y más.
Seguimos el trayecto cada uno a nuestro ritmo, entre curvas, caídas y bajadas, pero se acercaba el final: las 2 grandes bajadas finales, sobre todo la primera, que vista desde arriba causaba respeto, porque terminaba en curva a la izquierda y que si se enlazaba bien te permitiría afrontar la última bajada de seguido, como si fuera una chicane de F1.
De uno en uno empezamos a afrontar la gran pendiente final, con diversa suerte, hubo quien cayó en los primeros metros y quien casi consiguió completar la doble curva en bajada. Nosotros tuvimos una bajada espectacular y para muestra este vídeo que lo acredita. La sensación de sacar el brazo a la nieve y conseguir dar la curva casi por completo fue increíble y fuimos de los que más cerca se quedaron de completar el reto.
Fuimos llegando todos hasta la última bajada, ésa que nos había servido de entrenamiento una hora antes… algunos volvimos a subir para volvernos a tirar, queríamos más. Esos 10 minutos de bajada nos habían parecido pocos, muy pocos. Como fin de fiesta nos hicieron una foto para inmortalizar la experiencia, una de las mejores de todo el viaje. Desde aquí agradecer a campanilla todo lo que hizo por nosotros ese día, sin ella no hubiese sido posible haber cumplido nuestro sueño.
Y aquí termina, entre nieve, risas, emociones y diversión, todo lo vivido en un día único e inolvidable. Muchas son las instantáneas que todavía guardo en mi retina, pero sobre todo el recuerdo de haber vivido un día para la historia.