Los lugares se recuerdan por momentos, por detalles, por la compañía, por la dificultad de su acceso, por las condiciones, por lo que significan para ti o para los que viajan contigo. Ver un amanecer con el monte Bromo como telón de fondo puedo decir que ha sido uno de los momentos más felices de mi vida. No sólo por la belleza de la escena, que lo era, sino porque sentí que era el mejor cierre posible a un viaje increíble de 4 meses por Asia.
El amanecer fue tan bello que no me hubiera perdonado nunca haberlo contemplando en solitario. Fue un momento para compartir y, afortunadamente, pude hacerlo con la mejor persona posible. Ahora siento que fue como un último regalo para ambos.
La aventura de contemplar el amanecer empezó el día anterior. Aquí comienza su historia.
Viajamos más de 7 horas en coche desde Banyuwangi, donde vimos el volcán Ijen con su fuego azul, hasta Cemara Lawang para poder estar a primera hora en este pequeño pueblo, que sirve como base para cualquier actividad relacionada con el Bromo. El trayecto no había sido demasiado malo (para ser Indonesia), salvo la última hora, que se hace por una carretera muy sinuosa que dejó atrás el Sol y el buen tiempo, para descubrirnos el frío, la niebla y dejarnos sin rastro del Bromo ni sus alrededores. Sin embargo, no dejamos que el pesimismo nos invadiera y, pese a que sabíamos que el volcán estaba frente a nosotros, confiamos en que el clima cambiara al día siguiente, como así fue.
Llegamos al alojamiento alrededor de las 19:00 y, como había leído experiencias terribles con el alojamiento en la zona, traté de ir a lo más seguro (aunque con dudas) y reservé en uno de los mejores de la zona, el hotel Cemara Indah Hotel. Sin esperar nada lujoso, cumplió con las expectativas y, aunque hacía mucho frío fuera, íbamos bien preparados y las mantas hicieron un buen trabajo. Además, sorprendentemente, tuvimos un pequeño hilo de agua caliente.
Al llegar nos resultó muy curioso la cantidad de personas vendiendo gorros, guantes forros polares, ropa térmica, porque la gente no suele venir preparada. Nosotros los estábamos, pero encontrar ese clima tan frío en Indonesia puede resultar sorprendente para muchos, más aún para los mochileros más inexpertos o jóvenes.
El pueblo no aporta demasiado, más allá de los restaurantes de los hoteles y algún bar local. Tras dar un pequeño paseo, nos decantamos por el sitio más humilde que había, que resultó uno de los más concurridos. Sin inglés ni demasiada amabilidad, conseguimos cenar pollo y una sopa, lo suficiente para con nuestras provisiones poder afrontar la aventura del día siguiente.
Como debíamos madrugar mucho y tras el largo recorrido en coche, nos dormimos bien temprano. No debían ser más de las 3:15 am cuando abrimos el ojo y decidimos que debíamos prepararnos para el amanecer. Nuestra idea era salir a las 3:45, porque se estima una hora y poco la subida hasta el segundo mirador, quizás algo menos hasta el primero.
El amanecer del Bromo se ve desde los miradores del monte Penanjakan, aunque luego se puede entrar en el parque nacional Bromo Tengger Semeru, que alberga el volcán y el mar de arena.
Conseguimos salir en hora y, a pesar de los 4-5 grados, nuestra ropa de abrigo funcionó de maravilla y no pasamos ni gota de frío. Además, el hecho de ser una subida gradual hizo que fuésemos cogiendo temperatura por momentos. El recorrido no es demasiado exigente, salvo el último tramo, donde algunos coches tienen serias dificultades para avanzar, incluso para aparcar debido a la pendiente.
El cielo estaba despejado y una preciosa noche estrellada nos acompañó hasta el amanecer.
Uno de los principales motivos de elegir el Cemara Indah era que el camino de acceso (la carretera) al monte Penanjakan (2.770 metros) se encuentra justo enfrente y pese a que algunos “locales listos” intentan decirte que no tienes tiempo para ver el amanecer (y que vayas con ellos en moto) o que ese no es el camino, es fácil encontrarlo. En noche cerrada y con la única luz de las linternas de nuestros móviles comenzamos la ruta. Llevamos algunas provisiones y agua para no tener ningún imprevisto.
Tan sólo encontramos a otras dos chicas haciendo el recorrido, algo que me sorprendió notablemente, más cuando los jeeps que te llevan hasta arriba no pueden realizar todo el camino, sino que te dejan en un campo base, donde debes seguir caminando hasta los miradores. La gente se acomoda, pero la experiencia de realizarlo andando es increíble e incomparable.
Apagar las linternas y contemplar el cielo estrellado, en mitad de la nada, es otro de los momentos para toda la vida.
Llegamos al campo base al mismo tiempo que los últimos coches. Aquello era una feria de chinos, locales, extranjeros y personajes varios tratando de vender cualquier cosa, mayormente comida o ropa de invierno. Para ponerle un componente más costumbrista, no faltaron los ofrecimientos de burros para subir apenas 200 metros (muy duros) del camino de acceso al primer mirador.
Intentamos adelantar al mayor número de personas posibles, que bien esperaban su guía o estaban desayunando, y caminamos por la parte más dura para llegar hasta el segundo mirador, desde donde tuvimos las primeras buenas vistas del Bromo mientras que el Sol comenzaba a aparecer por el lado opuesto. Desde ese punto se puede continuar para llegar más arriba, pero se necesita subir por las rocas y, tras encontrar un buen sitio, decidimos instalarnos en una esquinita, con unas vistas excelentes.
La afluencia era notable, siendo el ruido generado por tanta gente lo único que te molesta, pero si te concentras, te consigues abstraer, disfrutarás del espectáculo sin importar lo demás. Apenas pasaron 5 minutos desde que nos sentamos para empezar a contemplar como el oscuro telón de fondo iba dejando atisbar el monte Bromo y su mar de arena. Ese primer momento fue emocionante. Realmente estaba despejado e íbamos a contemplar un amanecer espléndido.
La luz fue llegando a los 2.329 metros del Bromo casi al mismo tiempo que su cono volcánico comenzaba a expulsar gases y formar nubes mágicas en el paisaje. La escena resultaba hipnótica y, por muchas fotos que pudiera hacer, tan sólo el timelapse hace algo de justicia a lo que vivimos en ese momento. Tan sólo por ese momento mereció la pena llevar la cámara pequeña, captar esa hora bien valía un viaje.
Y justo en ese instante, pensé en grabar un vídeo, en contar lo que estábamos viviendo, en explicar que ahí poníamos punto y final al viaje, pero no fui capaz, las lágrimas me invadieron. No era sólo mostrar ese momento, era poner el broche y recuerdos a un viaje que pareció una locura al principio y una maravilla al final. Fueron muchos los que no confiaron en nosotros, en que no saldría bien, en que no seríamos capaces de llevarlo a cabo, que tendríamos problemas… No me acordé de ellos (estaría bueno), sino que lo hacía de los que sí lo hicieron, de los que nos quieren, de nosotros, de lo increíble que habían sido todos los días, desde primero hasta este último, con este amanecer del Bromo que nos aportaba el cierre. Y lloré de emoción, como hice el último día de la vuelta al mundo.
Sigo pensando que no debe haber nada más bonito que llorar de felicidad y volví a hacerlo.
Y el amanecer siguió su curso, la gente empezó a marcharse y el Bromo y el mar de arena se mostraron en todo su esplendor. Llegó el momento para las fotos, las postales, para sentarse en silencio, para disfrutar de esos momentos junto a la persona que quieres. Incluso conseguí hacer el vídeo que había intentado dos o tres veces antes.
Con el Sol brillando y bastante arriba, decidimos poner rumbo al hotel, para desayunar, tomar una buena ducha y contemplar el Bromo, ya sin nubes en el mar de arena, desde el mirador que nos había negado el día anterior la vista. La escena sobrecoge, más aún cuando miramos a la izquierda y observamos el mirador donde una hora antes habíamos estado. Luego bajamos al mar de arena, viajamos a Surabaya y volamos desde Bangkok, pero eso es otra historia.
La última aventura de un gran viaje siempre es especial, más aún en un lugar como el Bromo al amanecer. Momentos para el recuerdo, momentos de toda una vida, historias de felicidad y lágrimas.