Como muchos sabéis, Laos es un país al que le tengo un cariño especial. Me genera emoción viajar por sus paisajes y conocer a su gente, ya que lo siento y lo veo muy auténtico, sin ese componente tan turístico de los otros países de su entorno. Por eso quería regresar y enseñárselo a mi padre e Inés. Tras viajar por Corea del Sur y volar a Tailandia, llegaba el tiempo de Laos, ése que va despacio y sin prisa.
Hablamos de un país peculiar, porque lo que es positivo por un lado (autenticidad, tranquilidad), se convierte en negativo por otro (pobreza, malas infraestructuras); porque lo que deberían ser sencillos desplazamientos se convierten en interminables viajes no siempre en las mejores condiciones ni de transporte ni de ruta. Y lo que ellos ven como algo normal, con decenas de niños trabajando desde muy pequeños o caminando y jugando en los arcenes de las carreteras, nosotros lo vemos como un drama.
Volví a lugares que sabría que lo haría, como Luang Prabang o la pequeña aldea de Muang Ngoi, pero también quería seguir descubriendo otros lugares en el norte hasta acceder a Tailandia por tierra. Información sobre cómo hacer este trayecto no había mucha, así que nos creamos nuestra propia ruta y generamos una nueva aventura, lo que no sabíamos es que iba a ser tan grandiosa.
El resumen corto sería un viaje más de 9 horas, con hasta 6 transportes diferentes, incluyendo una barca, 3 tuk-tuks, una furgoneta y un autobús.
Llegando 3 personas a una ciudad desconocida, Luang Namtha, de noche, sin alojamiento y con más hambre que el que murió en la isla. Pero siempre la cosa puede ser peor y la estación de autobuses de Luang Namtha está a 8 kilómetros del centro de la ciudad y nadie nos quería llevar por un precio razonable. Así que decidimos tomar cartas en el asunto y nos jugamos un farol, que afortunadamente compraron minutos después, pero esto es el final, volvamos al principio.
La primera parte de la ruta la tenía clara, porque la había hecho en mi viaje anterior, además era deshacer el camino de ida. Comenzamos viajando de Muang Ngoi a Nong Khiaw en barca, que sale diariamente a las 9:30 y tarda una hora en bajar el río. Así que organizamos todo, compramos nuestro ticket una hora antes y llegamos con algo de retraso al pequeño embarcadero de Nong Khiaw. De ahí hasta la estación de autobuses tomamos un tuk-tuk colectivo que nos llevó en 2 minutos.
Llegaba el momento de comenzar la aventura, sabía que había un bus (más bien, furgoneta) que salía a las 11:00 en dirección a Oudomxay, desde donde decían que salían los buses a Luang Namtha, nuestro destino final. Sin embargo, no confiaba mucho en esa información y quería comprobarlo por mí mismo, así que compramos 3 billetes a Oudomxay, aunque en el tablón de horarios aparecía un nuevo bus directo a Luang Namtha, pero no me fie, me pareció raro. No sólo a mí, sino a los otros 6 intrépidos que nos acompañaban a Oudomxay y que finalmente encontramos en Luang Namtha. Todos íbamos a hacer lo mismo o, al menos, eso parecía.
Luego descubrimos que en realidad el mismo bus que nos llevó hasta Oudomxay podría seguir la marcha hasta Luang Namtha y nos hubiéramos ahorrado una parada y mil complicaciones.
El trayecto de Nong Khiaw hasta Oudomxay fue de 3 horas, que transcurrió sin nada reseñable, más allá de una carretera llena de baches, lo bonito del paisaje de montaña y que la única parada en el trayecto fue en la curva de un arcén, donde se suponía que había un baño, más bien era campo abierto (eso no fue una sorpresa, es común en Nepal, Vietnam, etc.). Bueno, si destaco algo tras la parada, los hombres sentados delante de nosotros comenzaron a estamparse (literalmente) huevos duros contra la cabeza, de esa forma se rompía la cascara y podían comérselos. Verlo para creerlo. Primero pensé que serían chinos, pero me equivoqué eran coreanos y es que esta gente nunca dejarán de sorprenderme.
Y entorno a las 2 de la tarde llegamos a Oudomxay, de nuevo a otra estación situada a las afueras, por lo que había que coger otro tuk-tuk compartido para llegar al centro. Así lo hicimos, compartiéndolo con los coreanos, que sin hablar mucho inglés, parecía que iban donde nosotros (pero al día siguiente). Las otras parejas se quedaron debatiendo no sé muy bien qué en la otra estación.
Justo al montarnos en el tuk-tuk una fuerte tromba de agua nos dio la bienvenida a esa ciudad que no sabía que tenía, ni muy bien que aportaba en la ruta, más allá de ser el punto de unión entre nuestro origen y destino. Así que vimos que opciones teníamos para llegar a Luang Namtha en el mismo día y resulta que teníamos una. Había un autobús que salía a las 15:30 (eso decía, luego salimos cuando quisieron), por lo que teníamos margen para comer algo, estirar las piernas y prepararnos para el siguiente trayecto. Asumíamos que llegaríamos tarde y sin alojamiento, pero lo preferimos a quedarnos en Oudomxay sin mucho más que hacer.
El único contratiempo fue que no teníamos dinero para comprar el billete. Al haber estado varios días en Muang Ngoi, donde no hay cajeros, habíamos agotado nuestras reservas y necesitábamos sacar efectivo. Así que dejé a mis compañeros en la estación y me lancé a la aventura de encontrar un cajero automático lo antes posible bajo la lluvia, cosa que, afortunadamente, conseguí a 500 metros y al tercer intento (en los otros las tarjetas internacionales no eran válidas).
Ya con dinero, compramos el billete, comimos algo rápido y buscamos sitio en el autobús. Allí había gente sentada desde hacía horas (muy al estilo Nepal), pero afortunadamente quedaban 3 sitios (2+1) en la parte delantera, justo detrás del conductor. Bien por la parte de ver todo lo que sucede, mal por ver el peligro tan de cerca. Obviamente, éramos los únicos extranjeros de todo el bus y allí no hablaba inglés nadie, tan sólo sabíamos que su destino era Luang Namtha.
Este trayecto, de duración indeterminada al principio, y que rondaría las 3 horas después ha sido uno de los más emocionantes (en realidad, quiero decir peligroso) de todos mis viajes por Asia.
El conductor era multitarea a nivel profesional. Podía hablar por teléfono, fumar, dar conversación a la mujer de al lado, adelantar, pitar, comer, beber y, de vez en cuando, coger el volante y mirar la carretera. Todo eso pasando a gran velocidad por poblaciones llenas de niños por el arcén (cuando había) o adelantando a motos y coches en cualquier hueco. En definitiva y más allá de que llevábamos casi 7 horas de viaje, queríamos llegar a Luang Namtha.
Y lo hicimos, al filo del atardecer, con todavía algo de luz nos dejaron en mitad de la nada, que es donde se sitúa la estación de autobuses de Luang Namtha. La situación la confirmó mi GPS, al igual que los 8 kilómetros a los que quedaba la ciudad. Al ser los únicos extranjeros, nos llegaron rápidamente las ofertas, que declinamos muy amablemente por el precio estratosférico ofrecido (no al cambio en €, sino por la distancia). Llegaba el momento de esperar y confiar que la negociación funcionara, pero no lo hizo. Nadie en toda la estación nos quería llevar por un precio inferior a 30.000 kips por persona, un abuso en toda regla. Mi oferta y el precio que creía justo era de 10.000 kips/persona, más aun sabiendo que los locales pagaban alrededor de 6.000 kips.
El problema era que nos pedían el mismo precio para llevarnos al centro de la ciudad que lo que había costado el trayecto de 3 horas desde Oudomxay.
Salí al exterior de la estación para calibrar otras opciones, pero nada, no había otros transportes, tan sólo quedaba aplicar la paciencia y tomar la decisión. No estaba dispuesto a pagar ese precio, pero sabía que el tiempo y la noche jugaba en nuestra contra, por lo que me arriesgué y gané (aunque eso lo supe después). Convencí a mis compañeros para salir fuera y caminar rumbo a la ciudad, obviamente era imposible recorrer esos 8 kilómetros a esas horas y con el equipaje, más el cansancio de todo el día, pero la única forma de alejarnos de esa mafia y buscar otro transporte.
Caminamos unos 10 minutos, siendo objetos de todo tipo de miradas que no pensarían nada bueno, pero seguíamos firmes (al menos yo, mi padre e Inés no tanto). La solución pasaba por hacer autostop y que alguien nos llevara, pero justo cuando íbamos a empezar apareció uno de los tuk-tuks de la estación que llevaba a una sola persona y varios chismes. Se paró justo en el arcén y me ofreció llevarnos por 20.000, oferta que rechacé sin dudar, le dije que nuestro precio era 10.000. Arrancó y se fue.
Pensé que habíamos perdido otra batalla y se complicaba la cosa, porque ya era de noche, pero cuál fue mi sorpresa al verlo dar marcha atrás 100 metros después para venir a buscarnos y aceptar, con muy mala cara, nuestra oferta. Lo habíamos conseguido, nos llevarían al centro a nuestro precio. Me sentí muy satisfecho, aunque algo cansado.
Tras más de 9 horas habíamos llegado a Luang Namtha, aunque sin alojamiento, por lo que fuimos directos a la primera de mis opciones apuntadas, el Thoulasith Guesthouse, encontrando dos habitaciones con aire acondicionado a buen precio. Sin dudarlo, nos las quedamos.
Llegaba el momento de cenar para luego descansar y afrontar al día siguiente una nueva jornada que nos llevaría a Tailandia. Lo que parecía un fácil trayecto, se convirtió, de nuevo, en otra apasionante aventura, pero eso es otra historia. ¿Quién dijo que fuese fácil viajar por Laos?
* Nota: Hay menos fotos de las habituales porque la aventura no me dejó respiro ni ganas para poder hacer más.
Vaya pedazo de aventuras que tienes Alejo! Sin duda lo mejor es lo del conductor multitarea: incluso el caos de Roma se le quedaría pequeño. Y claramente lo tuyo es un ejemplo admirable de paciencia… y también de Inés y tu padre. Mucha suerte en tus próximas aventuras y no dejes de contarnoslas! Un abrazo enorme!
Hola Pepo,
El día no tuvo desperdicio, hoy justo comentaba que nos faltó hacerle un vídeo al conductor, eso hubiese sido lo mejor para entender lo que trataba de contar 😉 Lo positivo, es que todo salió bien, tan sólo hubo que redoblar las dosis de tranquilidad y paciencia (más la experiencia que siempre ayuda).
Seguiremos contando historias! Espero que pronto. Ah! y gracias por comentar.
Un fuerte abrazo!
Alejo