Viajar puede ser fuente de inspiración, de enseñanza, incluso puede servirte para darte cuenta de quién eres, de qué buscas, de hacia dónde vas… pero, y si un viaje fuera algo más que eso. Un viaje especial en busca de respuestas, de lugares, de emociones. Un viaje para recuperar recuerdos.
Y así nos encontramos en nuestro coche camino de Tetuán (Marruecos), ciudad donde había nacido mi padre un lejano día de 1955. Era un viaje emotivo, por muchas razones, pero había una fundamental: ir tras las huellas de la memoria de uno de los mejores personajes que ha dado la historia, mi abuelo Ramón.
Llegamos a Tetuán entre un intenso tráfico y tras un par de vueltas, conseguimos recuperar el rumbo hacia la plaza principal de la ciudad, la plaza de Hassan II. A pocos metros se situaba nuestro hostal. La ciudad nos recibía, tal y como nos despidió, bulliciosa, gris y plomiza. Nada especial que reseñar, más allá de su caótica Medina. Realmente hay que tener algún motivo para visitarla y nosotros lo teníamos.
El recorrido a seguir estaba trazado en uno de mis libros de referencia: Memorias, escrito años atrás por mi abuelo. Sin embargo, buscábamos algo más. Tal y como relataba en el libro, el nacimiento de mi padre había sido noticia en el periódico de la ciudad; sólo teníamos ese dato. Así que, tras una larga investigación, mi padre consiguió confirmación por parte del Instituto Cervantes de Tetuán de que los periódicos de la época, en concreto el Diario de África, se guardaban allí… teníamos el lugar, pero faltaba encontrar la evidencia. Eso sería a la mañana siguiente, primero tocaba empezaba a recorrer la ciudad. Sentir las primeras emociones.
Nuestro primer destino fue la plaza del Primo, punto de referencia de Tetuán y donde se sitúa la Iglesia católica. Casualmente, estaban oficiando misa, entramos, apenas había 4 personas. Cuantas cosas han cambiado… En este lugar fue bautizado mi padre, el primer escalofrío recorrió mi cuerpo. Habíamos conseguido el primer hito, completar el primer recuerdo, sentir los pasos de las primeras huellas.
El siguiente destino fue la búsqueda de la casa donde residió durante su infancia, aquí tuvimos menos suerte y la antigüedad de casas y el mal estado de conservación nos impidió dar con el punto exacto, pero estuvimos muy cerca, quizás hasta nos detuvimos en la puerta. Luego dedicamos parte de la tarde a recorrer la Medina, un entramado complejo de calles, comercios y personas, que no sabes bien dónde empieza y donde acaba. Puedes encontrar de todo, desde oro hasta pollos vivos, enchufes sueltos o pañuelos de seda.
Terminamos el día cenando en el auténtico restaurante La Unión, situado entre callejuelas y donde se pueden comer unos de los mejores pinchitos de la ciudad. Entre pinchitos y cous-cous, descubrimos la bebida oficial del viaje: té con menta en vaso largo. La cena fue espectacular y un perfecto final para el primer día en Tetuán.
Al día siguiente amanecimos temprano y, bien alimentados, nos dirigimos de nuevo hacia la Medina, que todavía estaba despertando, con muy pocos puestos montados. Sin un rumbo muy claro, comenzamos a subir a la parte alta de la ciudad y tras 15 minutos caminando llegamos hasta el final de la parte antigua. Desde ahí se contemplaba el cementerio y comenzaba la zona nueva de la ciudad. Seguimos hasta llegar a los restos de la fortaleza de la ciudad y enfilar el camino de bajada hasta volver a encontrarnos la Medina. Completamos la mañana con la visita a la escuela de artes y oficios, donde se congregaban un grupo de españoles que habían vivido en la ciudad. Tras este paseo mañanero, llegaba el momento más esperado. Nos dirigimos hacia el Instituto Cervantes en busca de las huellas de la memoria.
Con cierto nerviosismo entramos en la zona de biblioteca, donde preguntamos sobre la posibilidad de consultar algunos días del periódico de Julio de 1955. Encontramos cierta reticencia inicial, pero con buenas formas e incidiendo en que éramos profesores (una mentira piadosa), nos permitió acceder a la consulta. Empezaban a llegar las emociones… los periódicos de esos días no estaban digitalizados, tendríamos los originales. Así que el cuidado debía ser mayor, acorde a la emoción.
Tras unos minutos, nos dejaron los volúmenes sobre la mesa y con un cuidado extremo comenzamos la búsqueda. Las primeras hojas se deslizaron del libro, lo que confirmaba el trato exquisito que había que dar a esos documentos. Recorrimos el día del nacimiento, pero no encontramos referencia, eso sí las noticias de la época nos hacían esbozar sonrisas cada poco tiempo.
Y llegamos al Diario de África del 07/07/1955, pasamos unas cuantas hojas y en la parte inferior, en un pequeño recuadro, aparecía un Natalicio. Tenía que ser el que buscábamos y así fue. La emoción se apoderó del momento y lo leímos varias veces como si la noticia no fuera cierta o fuese a desaparecer.
No hubo lágrimas visibles, pero sé que las hubo interiores e incluso algún brillo en los ojos indicaba algo más. ¡Lo habíamos conseguido! Pedimos permiso y registramos el documento, tanto la página como el recuadro en particular.
Nos quedamos unos minutos más contemplando la página, inmóviles, sin mucho que decir. De nuevo, sobraban las palabras, mandaba la memoria. Y con la satisfacción de un investigador que ha encontrado un gran tesoro nos dirigimos a la salida. De nuevo, los pequeños detalles hacen grandes las historias. Y en este caso, una simple nota de un periódico es el eje central de una gran historia, que va más allá de lo sentimental, de lo familiar, es sentir que venimos de algún sitio y que mejor que conocer los inicios para entender el presente e ir hacia al futuro.
La tarde la dedicamos a recorrer lugares cercanos a Tetuán (Cabo Negro, Martil y Azla), pero la emoción de haber encontrado las huellas de la memoria eclipsó cualquier otra historia. Con la conciencia de que tardaríamos en asimilarlo todo, a la mañana siguiente dejamos Tetuán y nos dirigimos hacia Chefchaouen en busca de otras historias, de otros colores, de otras sensaciones.
Cuando el presente se enrosca con el pasado como una enredadera el raciocinio desaparece, dejando brotar únicamente lo más importante: las sensaciones, la pasión de una vida que creemos conocer y que, sin embargo, se escapa de nuestro conocimiento hasta que somos capaces de atar los cabos sueltos.
Un abrazo muy grande, Alejo. Tienes el don de transmitir un viaje a través de sus historias en vez de hacerlo por sus monumentos. Y eso, amigo, bien merece otra historia.
¡Un abrazo!
Gracias, Xabier. Me ha emocionado mucho tu comentario y si consigo expresar, tan solo parte de lo que comentas, me siento muy agradecido y afortunado. Intentaré seguir contando historias humanas, personales y que sienta de verdad.
Un abrazo muy grande!
A veces la historia pasa por nuestras manos, incluso por delante nuestra, y no le hacemos ni el más mínimo caso. Pasar de puntillas por este mundo y por esta vida no está dentro de mis planes, por eso algún día quisiera que alguien escribiera alguna historia parecida sobre mi; y me gustaría que relatase que mi amigo Alejo y yo recorrimos parte del mundo dejando huella en algún lugar lejano. Me debes un viaje, nosotros dos, el mundo y ciudades y momentos por descubrir y compartir. Apúntatelo. Es tu deuda conmigo. No la olvides. Besos.
Alejo, eres muy grande. Tienes un don para transmitir sentimientos y sensaciones. Un beso gordo
Ohh! Gracias, Fer. Simplemente, trato de expresar mis sensaciones al viajar. Y en un viaje tan especial, se merecía algo diferente.
Un beso grande.
Que bonito objetivo para hacer un viaje! Emotivo, emocionante, …
Me encantáis, besos.
Lo emocionante es encontrar comentarios tan inesperados y bonitos como el tuyo 🙂
Todos los viajes tienen un motivo y en este caso, tenía uno de lo más especiales: volver a donde empezó todo.
Un beso grande.
Hola,
tu debes ser Alejo, el hijo de Fernando Tomás Guerrero. Tu padre sabe quien soy. Yo soy el mejor amigo que tenía tu tío, Ramón José Tomás Guerrero (q.e.p.d.) Vivíamos en la calle Mohamed Torres, yo en el nº 19 y tu tío en el 25. Tambien era muy amigo de tu tío Marco Antonio (q.e.p.d.) Es una pena que no vivan ya ninguno de los dos. Eran dos tíos excepcionales; inteligentes, valientes y «echaos p’alante» como pocos.
Ya mantenemos comunicación tu padre y yo mediente mails.
Espero que haya sido satisfactorio tu viaje (junto a tu padre) por tierras
marroquíes. En el otro reportaje que publicas (del gris al blanco) veo que no os ha gustado Tetuán. Pero te prometo que en los tiempos que viviamos nosotros (tus abuelos, tus tios y yo) era una ciudad encantadora, que todos
los que viviamos allí la recordamos y añoramos muchísimo.
Bueno. Una abrazo cariñoso para tu padre y para tí
Hola, José Luis.
Qué bonitas y emotivas palabras, muchas gracias!
Todos los que conocimos (y disfrutamos) de mis tíos Ramón y Marco Antonio, fuimos muy afortunados. Eran personas excepcionales.
Fuimos a Tetuán tras la búsqueda de los orígenes, de lo que mi abuelo había conseguido y lo encontramos, no te imaginas la emoción que supuso. La ciudad no es la más bonita, pero esconde y guarda demasiadas cosas como para no tenerle cariño. Solo por ir con mi padre allí, mereció la pena. Estoy seguro que volveré.
Un abrazo grande y, de nuevo, gracias por escribirnos.
He llegado casualmente a vuestra narración,ciudad donde nací y recuerdos que me habéis trasladado.gracias por vuestra aportación a la memoria desconocida por las nuevas generaciones.
Gracias por tu comentario, Raúl. No hay que olvidar nuestras raíces y si está en nuestra mano que mejor que ir a conocerlas.
Un saludo!